El regalo
EL CENTRO es un mall de 4 pisos ubicado en el cruce de las avenidas Uruguay y Wilson. En estos 3 pisos aéreos y 1 subterráneo se mezclan tiendas de ropa barata, comerciantes de productos informáticos, imprentas al paso y los editores. Éstos últimos son una especie extraña, pues muchos llevan título universitario, a diferencia de los otros, que han llegado allí por la marea que sube y baja.
En una tienda de 2 metros cuadrados trabaja el editor sentado frente a la computadora. Mira la pantalla y con el ratón elige las imágenes que van a quedar. A su costado, arrinconado, casi tocando el techo, hay un televisor en el que se puede observar una celebración judía muy formal y llena de regalos costosos, se está transformando en DVD. Hay cables por todas partes y equipos de cuestionable calidad conectados entre sí. En otro televisor, este giratorio y enclavado al techo, se puede visionar el trabajo universitario de una pareja, el cual trata de los medios de comunicación; el editor reconoce esas aulas y pasillos, suyos hasta hace algunos años, cuando terminó la carrera de comunicación audiovisual. El trabajo universitario era un documental acerca de la televisión, hubo una sola pregunta dirigida a una estudiante que le interesa al editor: ¿por qué estudiar comunicaciones? Aleja por un instante su mirada del monitor de la computadora y la dirige a la pantalla del televisor, su futuro colega comenta con voz firme algo así como que le gusta analizar la sociedad, descubrir los problemas y difundirlos, transmitir las soluciones y ser un nexo. El editor levanta una ceja, mueve la cabeza de izquierda a derecha tres veces y, siguiendo con su edición, piensa en la hermosura del candor, de la inocencia o de la estupidez, llámalo como quieras, se dice.
Pero eso fue en la mañana.
Ya cuando la noche llega y la comida se reparte en bolsas, nuestro amigo casi ha finalizado con su trabajo de edición digital: una gota de sudor cuelga de su ceja, tiene hambre y los ojos inyectados de sangre; pero debe acabar su trabajo, porque si lo hace bien podría dejar ese miserable y apestoso hueco en el centro de Lima y entrar a trabajar en una productora ganando mucho más de lo que gana ahora.
EL CENTRO sólo está abierto porque el editor comparte el sótano con los alquileres de computadoras para los que juegan en red. Los puestos tienen de esas rejas enrolladas en el techo, se jalan hasta el piso para colocar los candados. Bien, esta reja sólo ha sido bajada hasta la mitad, lo que hace que el editor, ahora que escucha pasos acercándose y voltee, sólo vea la mitad inferior de un hombre que viste traje negro; sus manos cogen la reja y uno de sus dedos luce un enorme aro de oro con una piedra esmeralda. La reja es levantada con fuerza. El editor se sorprende. El de traje negro le dice que tiene un trabajo urgente y que lo quiere para mañana. Deja un cartucho de video y unos cuantos billetes sobre el mostrador. ¡No quiero preguntas! El hombre de traje negro se va tan misteriosamente como vino.
El pequeño cartucho de video está sobre el mostrador, lo toma entre sus manos y no entiende qué puede ser tan importante. Lo coloca en su equipo y enciende un televisor. En la pantalla aparecen una serie de imágenes, las primeras son entre cortadas, puede entender que están probando la cámara en el asiento trasero del auto. No reconoce la calle. Dos hombres vestidos de negro están en los asientos delanteros. La siguiente imagen es entrando a un espacio separado por cortinas de terciopelo rojo. Es una habitación muy grande. Se ve que uno de estos hombres vestidos con traje negro, se deshace primero del saco, luego de la corbata y finalmente de la camisa. Hay un hombre pequeño a un costado. Se escuchan insultos, que nadie le creyó que había perdido la mercadería, que finalmente igual la tiene que pagar. Y comienzan los golpes hasta que, desfigurado y teñido de sangre diluida en sudor y lágrimas, muere. El editor ya ha bajado completamente la reja de su tienda. En el mismo tape, está grabada una balacera: se ha soltado a alguien con una pistola en un gran galpón. Se puede observar su nerviosismo y turbación. 2 minutos después entran tres hombres vestidos con trajes negros, llevan pistolas en la mano. Se apagan las luces. La cámara está en modalidad nocturna. Las balas. La sangre sobre el piso. Estertores de dos cuerpos. Ratas que cruzan y muerden muertos.
La reja del puesto es golpeada frenéticamente. El editor no necesita de mucha imaginación para saber que detrás hay un hombre en traje negro. Al abrirla, era el mismo gigante que le dejó el video y que le había dado los billetes. Entra y lleva una caja con pizza, una botella con gaseosa y un termo con café.
Lo necesito para mañana, es el cumpleaños del jefe. Queremos regalarle sus cintas pero editadas, porque él siempre que las ve tiene que adelantar las partes aburridas y es tan buen jefe, el mejor que he tenido, así que los muchachos y yo hemos decidido darle esta sorpresa. Allí hay cinco asesinatos -dice el gigante sin la menor vergüenza, es más, con mucho orgullo-. El jefe es un artista, le encanta pensar cómo va a asesinar. A mí, en realidad, jamás se me ocurriría, yo sólo disparo cuando las cosas no salen como me gustan, ¿entiende? Así que mejor comience a trabajar.
En media hora el gigante dormía, pero el sitio era demasiado incómodo; Voy para el auto, afuera, necesito estirar las piernas.
El editor estaba muy asustado, conocía EL CENTRO como la palma de su mano, podría huir sin ser descubierto; pues él sabía bien, gracias a todas las películas que había visto, que este tipo de sujetos no dejan huella, no pueden dejar vivo a un testigo como él que, además, podría tener pruebas en contra de su jefe; es probable que quemen todo el lugar sólo para no dejar rastros.
Lo mejor sería denunciarlo para tener protección policíaca. Eran los únicos que podrían salvarlo. No sólo ellos, también la prensa. ¿Podría la prensa y la policía estar comprada por el jefe? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Así que, como es la naturaleza del hombre, no le quedó otra que hacerle caso a su corazón.
El amanecer encuentra al gigante y a su chofer dormidos en el auto. Son despertados por los trabajadores municipales que limpian las calles.
El gigante sale presuroso pues está preocupado por el trabajo, por el editor, por el video original. Pero el editor no está. Las rejas están cerradas y siente que se le jodió la vida. Se rasca la cabeza y no sabe qué hacer; Esto me pasa por buena gente, piensa y regresa al auto. En el asiento trasero hay un sobre, en él está, no sólo el video original con los cinco asesinatos, sino 2 videos editados con distintas versiones y 1 nota diciendo no he querido molestarlos, discúlpenme, pero tengo una cita de trabajo muy temprano.
El jefe no pudo estar más contento con su regalo y la productora no pudo quedarse más interesada en el video que le había presentado el editor. Es más, no sólo lo querían a él, querían a todo el equipo de producción que generó este video de "Los Cinco Sentidos del Gore". Pero él dijo que la productora "Traje negro" trabaja independiente y sólo para festivales.
Lástima, escuchó decir el editor mientras firmaba el contrato.
© Antonio Moretti
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