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Antonio Moretti / El Rincón del Diablo - narrativa

 

Le monde

 

 

Su padrino le había conseguido el trabajo. No le importaba el haciendo qué, lo único que le importaba era el tan tremendo favor que le hacían nuevamente y que podría juntar dinero para las medicinas de su madre; es decir, para intentar que la muerte, ineludible y muy próxima, sea lo menos dolorosa. En cambio, el dolor para él sería inevitable.

Pero ahora estaba feliz.

 

Muy temprano tuvo que ir a la dirección que le habían dejado anotado en una tarjeta de presentación. Era un edificio de color azul, no más de cinco pisos, con un cartel en Neón: Hostal Le monde.

Al entrar se dio cuenta de la burda decoración, de la simple distribución y de la clarísima función de este edificio: era un hostal de paso para disminuir fiebres.

Un hombre sin cabello, al verlo entrar solo, se sorprende mucho. Pero cuando nuestro amigo muestra la tarjeta, recuerda que su jefe le dijo que iba a llegar un recomendado para trabajar como mantenimiento.

Soy Raúl Grande, dice el hombre sin cabello.

Y yo, Humberto Jauja, dice nuestro amigo. Ambos se estrechan las manos.

-Bien, Humberto, tu trabajo consiste en hacer la limpieza, la frase que debes tener en mente es que no debes dejar rastro de polvo alguno. Raúl grande ríe por su juego de palabras.

-Lo que usted mande-. Jauja baja la cabeza.

-Bien. Pero yo no soy el que manda, sólo soy un empleado más como tú. Aquí es donde se guardan los guantes y todos tus artículos de limpieza. Las sábanas se deben cambiar cada vez que...

 

Y así, Humberto Jauja comienza a recibir todas las instructivas para el desarrollo de su trabajo. Su turno era de 8 horas y ganaba un poco más que el mínimo.

 

Una pareja sale de la habitación. Ella viste muy elegantemente. Él también. Es curioso, las parejas cuando entran a habitaciones de hostal se sienten liberadas, no les importa gritar, arañarse, divertirse haciendo uso de toda su imaginación; pues saben que nadie los va a molestar, saben que no llegará la mamá de la novia, el hermano molesto o los hijos de improviso, el esposo que decidió tomarse el día libre o la esposa que encontró cerrada la peluquería en la que normalmente pasa 3 largas horas. Esta pareja aprovecha el último aliento de intimidad de la habitación para darse, bajo el marco de la puerta, un último beso y una última apretadita de cuerpos. Se excitan ambos con esa forma de agarrarse; pero saben que el almuerzo nunca dura tanto y que tienen que volver a la oficina. Humberto Jauja está destinado a limpiar esa habitación que aún guarda el aroma del sexo, y que, en la cama, sobre las sábanas, se puede leer que ella estuvo debajo, mordiendo la almohada, y él encima, gimiéndole al oído. Con los guantes de jebe recoge los restos de las cajas de condones que han dejado sobre la mesa de noche, cambia el cenicero, arranca las sábanas y las mete en bolsas de plástico negro. Mientras limpia y limpia, su poderosa imaginación lo entretiene: el cuarto se convierte en una oficina secreta del gobierno chileno y tiene que encontrar los planos del refaccionado monitor Huáscar y el código de acceso para devolverlo al mar de Grau. De esta manera abría y cerraba cajones en búsqueda de la información; no sólo recogía las sábanas de la cama usada, sino que movía el colchón y las mesas de noche hasta que, producto de tan prolija búsqueda lo encontró. Pero no eran los planos y códigos de acceso, no, era algo sumamente sublime: un collar delicadísimo; Debe ser de oro, pensaba Jauja, una piedra hermosa pendía del collar y cuando la miraba, veía a la luz tomar maravillosos colores. Esta piedra le pertenece a la condesa que abandonó la habitación. Y así era, le pertenecía a la mujer que era, más bien, gerente de una transnacional española. Jauja terminó el trabajo y buscó al dueño del hostal. Le entregó la sublime joya y le dijo que le pertenecía a una mujer que había venido durante el almuerzo.

El dueño del hostal se quedó sumamente sorprendido por la honradez de su trabajador.

Le dio el día libre por honesto.

Jauja se puso muy contento porque podría ir a ver a su madre que estaba nuevamente internada en el hospital.

Cuando está saliendo del hostal ve a la condesa de un lejano país discutiendo con el dueño del hostal.

En el reglamento que está colgado detrás de las puertas dice claramente que no somos responsables de la pérdida de ningún objeto personal y que lo sentía mucho, pero que así es.

Jauja se cruza con la condesa, él la mira intentado aspirar algo de su perfume, ella lo atraviesa y exhala un sencillo: ¡cholo de mierda!

 

Jauja pide un cambio de turno a su jefe. Prefiere trabajar de noche, pues su madre está internada y las visitas son sólo de día. El dueño del hostal entiende y accede.

Una noche ingresa un hombre y dos mujeres a una habitación. Justo en la puerta, este hombre de bigotes y amplio vientre le dice, alguna vez has visto melones tan redondos, las dos mujeres ríen y Humberto Jauja se queda sobrecogido, se recuesta sobre la pared y piensa que el edificio es una gran montaña que tiene que escalar para encontrar, por esas cosas del destino, a la que será su mujer. Su imaginación es un regalo de hermosura que le dieron los dioses para sobreponerse al mundo. Entonces comienza a limpiar cada uno de los escalones del edificio; a medida deja uno detrás se imagina a su mujer, una diosa de páginas de periódico barato, casi calata y con melones tan redondos como los que acariciaba el bigotón.

Casi al amanecer, el hombre de bigotes y amplio vientre deja la habitación con sus dos mujeres. Jauja no quiere perder tiempo, no quiere salir tarde, y se lanza a la habitación para limpiarla. El bigotón está saliendo del hostal cuando escucha una voz que lo llama:

¡Señor!

Las dos mujeres voltean y ven a Jauja que corre con un teléfono celular en la mano; ¡se le está quedando esto!

El de bigotes estaba tan sorprendido como todos por la honradez, lo mínimo era darle una buena propina.

Semanas más tarde Raúl Grande renunció a su trabajo y el dueño del hostal, hermano del de bigotes y amplio vientre sintió que no había alguien mejor que Humberto Jauja para ese puesto, quien había comprobado su honradez varias veces.

El nuevo puesto incluía un aumento de sueldo.

 

La neblina había caído asfixiando a Lima, oscureciendo sus piernas, sus manos, sus senos, sus nalgas, caderas, bello; los autos tienen los faros encendidos, los postes mantienen la luz amarilla y la llovizna es tenaz, no se detiene hasta dejar espejos sobre el asfalto.

Jauja mira a través de las mamparas del hostal a los autos. El está en su puesto de trabajo y cree estar al mando de un barco de combate, que los autos son los enemigos y que tiene que adivinar cuál es el que sigue, su radar ha sido dañado y de su habilidad vidente depende toda su tripulación.

 

Recibe un llamado telefónico.

 

El hostal está lleno, todas y cada una de las habitaciones están ocupadas. El ingreso de caja es de los más altos. Además vio al dueño del hostal guardar el dinero del turno anterior en un cajón de la oficina. Había observado durante tanto tiempo, con tanta paciencia.

 

El ex - editor de video y actual periodista de crónicas rojas, famoso por descubrir el funcionamiento de la conocida banda de mafiosos, "Los hombres de negro", escribe: "Julio Gutiérrez (19), natural de Abancay, trabajaba en un día cualquiera en el telo LE Monde. El lucha todo el día con los fluidos secos que dejan los parroquianos tras una noche de negra pasión. Al bajar a recepción notó que ésta había sido abandonada. Humberto Jauja, considerado un mosquita muerta para los empleados, era quien estaba a cargo. Julio Gutiérrez comentó a la prensa que no se sorprendió por la ausencia de su compañero, contemplaba la posibilidad de que estuviera en el baño. Pero cuando el primer parroquiano dejó su habitación y exigía la devolución de su DNI, el encargado de la limpieza se dio cuenta que no sólo faltaba el DNI del huésped, sino que no había documento alguno, que el cajón donde se guarda el dinero estaba abierto, que había una caja rota en la que, se presume, guardaban las ganancias del turno anterior. El dueño del conocido telo LE MONDE de Breña está muy mortificado y ha presentado la denuncia contra Humberto Jauja Ayala de quien, como última noticia, se conoce que ha perdido a su madre en la víspera, producto de medicamentos adulterados que compraba en un mercado cercano a muy bajo precio".

 

© Antonio Moretti

 

El regalo

 

 

EL CENTRO es un mall de 4 pisos ubicado en el cruce de las avenidas Uruguay y Wilson. En estos 3 pisos aéreos y 1 subterráneo se mezclan tiendas de ropa barata, comerciantes de productos informáticos, imprentas al paso y los editores. Éstos últimos son una especie extraña, pues muchos llevan título universitario, a diferencia de los otros, que han llegado allí por la marea que sube y baja.

 

En una tienda de 2 metros cuadrados trabaja el editor sentado frente a la computadora. Mira la pantalla y con el ratón elige las imágenes que van a quedar. A su costado, arrinconado, casi tocando el techo, hay un televisor en el que se puede observar una celebración judía muy formal y llena de regalos costosos, se está transformando en DVD. Hay cables por todas partes y equipos de cuestionable calidad conectados entre sí. En otro televisor, este giratorio y enclavado al techo, se puede visionar el trabajo universitario de una pareja, el cual trata de los medios de comunicación; el editor reconoce esas aulas y pasillos, suyos hasta hace algunos años, cuando terminó la carrera de comunicación audiovisual. El trabajo universitario era un documental acerca de la televisión, hubo una sola pregunta dirigida a una estudiante que le interesa al editor: ¿por qué estudiar comunicaciones? Aleja por un instante su mirada del monitor de la computadora y la dirige a la pantalla del televisor, su futuro colega comenta con voz firme algo así como que le gusta analizar la sociedad, descubrir los problemas y difundirlos, transmitir las soluciones y ser un nexo. El editor levanta una ceja, mueve la cabeza de izquierda a derecha tres veces y, siguiendo con su edición, piensa en la hermosura del candor, de la inocencia o de la estupidez, llámalo como quieras, se dice.

Pero eso fue en la mañana.

Ya cuando la noche llega y la comida se reparte en bolsas, nuestro amigo casi ha finalizado con su trabajo de edición digital: una gota de sudor cuelga de su ceja, tiene hambre y los ojos inyectados de sangre; pero debe acabar su trabajo, porque si lo hace bien podría dejar ese miserable y apestoso hueco en el centro de Lima y entrar a trabajar en una productora ganando mucho más de lo que gana ahora.

 

EL CENTRO sólo está abierto porque el editor comparte el sótano con los alquileres de computadoras para los que juegan en red. Los puestos tienen de esas rejas enrolladas en el techo, se jalan hasta el piso para colocar los candados. Bien, esta reja sólo ha sido bajada hasta la mitad, lo que hace que el editor, ahora que escucha pasos acercándose y voltee, sólo vea la mitad inferior de un hombre que viste traje negro; sus manos cogen la reja y uno de sus dedos luce un enorme aro de oro con una piedra esmeralda. La reja es levantada con fuerza. El editor se sorprende. El de traje negro le dice que tiene un trabajo urgente y que lo quiere para mañana. Deja un cartucho de video y unos cuantos billetes sobre el mostrador. ¡No quiero preguntas! El hombre de traje negro se va tan misteriosamente como vino.

El pequeño cartucho de video está sobre el mostrador, lo toma entre sus manos y no entiende qué puede ser tan importante. Lo coloca en su equipo y enciende un televisor. En la pantalla aparecen una serie de imágenes, las primeras son entre cortadas, puede entender que están probando la cámara en el asiento trasero del auto. No reconoce la calle. Dos hombres vestidos de negro están en los asientos delanteros. La siguiente imagen es entrando a un espacio separado por cortinas de terciopelo rojo. Es una habitación muy grande. Se ve que uno de estos hombres vestidos con traje negro, se deshace primero del saco, luego de la corbata y finalmente de la camisa. Hay un hombre pequeño a un costado. Se escuchan insultos, que nadie le creyó que había perdido la mercadería, que finalmente igual la tiene que pagar. Y comienzan los golpes hasta que, desfigurado y teñido de sangre diluida en sudor y lágrimas, muere. El editor ya ha bajado completamente la reja de su tienda. En el mismo tape, está grabada una balacera: se ha soltado a alguien con una pistola en un gran galpón. Se puede observar su nerviosismo y turbación. 2 minutos después entran tres hombres vestidos con trajes negros, llevan pistolas en la mano. Se apagan las luces. La cámara está en modalidad nocturna. Las balas. La sangre sobre el piso. Estertores de dos cuerpos. Ratas que cruzan y muerden muertos.

La reja del puesto es golpeada frenéticamente. El editor no necesita de mucha imaginación para saber que detrás hay un hombre en traje negro. Al abrirla, era el mismo gigante que le dejó el video y que le había dado los billetes. Entra y lleva una caja con pizza, una botella con gaseosa y un termo con café.

 

Lo necesito para mañana, es el cumpleaños del jefe. Queremos regalarle sus cintas pero editadas, porque él siempre que las ve tiene que adelantar las partes aburridas y es tan buen jefe, el mejor que he tenido, así que los muchachos y yo hemos decidido darle esta sorpresa. Allí hay cinco asesinatos -dice el gigante sin la menor vergüenza, es más, con mucho orgullo-. El jefe es un artista, le encanta pensar cómo va a asesinar. A mí, en realidad, jamás se me ocurriría, yo sólo disparo cuando las cosas no salen como me gustan, ¿entiende? Así que mejor comience a trabajar.

 

En media hora el gigante dormía, pero el sitio era demasiado incómodo; Voy para el auto, afuera, necesito estirar las piernas.

El editor estaba muy asustado, conocía EL CENTRO como la palma de su mano, podría huir sin ser descubierto; pues él sabía bien, gracias a todas las películas que había visto, que este tipo de sujetos no dejan huella, no pueden dejar vivo a un testigo como él que, además, podría tener pruebas en contra de su jefe; es probable que quemen todo el lugar sólo para no dejar rastros.

Lo mejor sería denunciarlo para tener protección policíaca. Eran los únicos que podrían salvarlo. No sólo ellos, también la prensa. ¿Podría la prensa y la policía estar comprada por el jefe? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Así que, como es la naturaleza del hombre, no le quedó otra que hacerle caso a su corazón.

 

El amanecer encuentra al gigante y a su chofer dormidos en el auto. Son despertados por los trabajadores municipales que limpian las calles.

El gigante sale presuroso pues está preocupado por el trabajo, por el editor, por el video original. Pero el editor no está. Las rejas están cerradas y siente que se le jodió la vida. Se rasca la cabeza y no sabe qué hacer; Esto me pasa por buena gente, piensa y regresa al auto. En el asiento trasero hay un sobre, en él está, no sólo el video original con los cinco asesinatos, sino 2 videos editados con distintas versiones y 1 nota diciendo no he querido molestarlos, discúlpenme, pero tengo una cita de trabajo muy temprano.

 

El jefe no pudo estar más contento con su regalo y la productora no pudo quedarse más interesada en el video que le había presentado el editor. Es más, no sólo lo querían a él, querían a todo el equipo de producción que generó este video de "Los Cinco Sentidos del Gore". Pero él dijo que la productora "Traje negro" trabaja independiente y sólo para festivales.

Lástima, escuchó decir el editor mientras firmaba el contrato.

 

© Antonio Moretti